TRABAJOS Y DIAS.
A propósito de Barranquillita de Edwin Padilla.
Por José Fernando Zapata Narváez.


Sí la fotografía actúa como una extensión del ojo y de la mirada, uno de sus deberes será exponer lo que no vemos comúnmente. Sea porque nuestro ojo queda encerrado a un rango de visión que oscila en unos estrechos límites tanto biológicos como culturales. Porque no somos el universo, precisamente por eso, queremos ver más. Ver qué hay detrás de lo que no podemos ver.

¿Importa quiénes son los fotografiados sino son “una personalidad”? ¿Nos importa acaso en las fotografías de August Sander, que omitía los nombres resaltando así el trabajo que cumplían? La pregunta incomoda si pensamos que los individuos son irrelevantes para la abstraída contemplación estética. Ingenuos creeríamos a la imagen sin hacer parte de un cuerpo y de una historia.

Por el imperio del hábito vemos en una imagen una imagen naturalizada, es decir, dada por cierta y real. Es así: La imagen es la cosa. La imagen naturalizada se elabora como representación única de lo percibido como real. Es un dogma de la imagen. Escribe las leyes de verosimilitud que sólo a ella aprueba. Creemos que la imagen y la realidad que proyecta la imagen, coinciden. Somos miméticos en este sentido. Damos el valor de realidad a la imagen como reflejo más o menos parecido al mundo que ordena y señala. Y en los casos extremos donde nos parece inverosímil la imagen, la aceptamos aunque no como real pero sí como posible.

Paradójicamente creemos dos ideas contradictorias. Por un lado creemos que la imagen es suficiente, que la imagen lo es todo, y que a su vez refleja con variaciones de mayor o menor adecuación una realidad que ella exhibe y representa.

En este juego seductor de aparecer la imagen como virtualidad y realidad nos jugamos. Creemos la imagen de lo que no está presente. La adoramos descontextualizada e idealizada, flotando en un espacio de evasión y espectáculo. Como en un ambiguo mundo de ensoñaciones.

También creemos a la imagen evidencia de esa realidad que no está presente. Un procedimiento químico y físico que documenta lo ausente y lo pasajero. Como el recuerdo y la evidencia de un dato objetivo.

De una cadena de signos que va desde lo más cercano de lo real a lo más lejano, desde la objetividad a la ficción. La serie que resulta es detallada y específica en los valores que hacen a una cualidad ser más o menos algo. Por ejemplo, que sea una imagen o una cosa o, que sea una cosa o/y el signo que la representa.

En la voluptuosidad de la imagen olvidamos que lo visual, el ojo y la mirada, funcionan como un doble proceso de introyección y proyección del gusto cultural y sus creencias de lo que es adecuado, bello y aceptable de la producción estética social.


El llamado cuarto poder nos reitera la fuerza del mundo de las imágenes en la transformación de la sociedad contemporánea. Las grandes industrias mediáticas procesan las imágenes adecuadas a unos estilos de vidas imposibles de satisfacer en la totalidad de sus espectadores. Porque no deseamos todos lo mismo siempre y los precios de los productos alardean un prestigio en su valor que, para muchos, nos es un lujo innecesario e imposible de adquirir y satisfacer.

El deseo que encarnan las imágenes y los productos de una vida mejor los lanza, y a nosotros detrás de ellos, a un cielo de expectativas etéreas, vaporosas. A su vez, la sociedad de consumo seguirá produciendo más consumo y más estilos de vida para el consumo. Estilos de vida altamente frustrantes pues comercian satisfacciones numerosas e inalcanzables.

Los protagonistas de estas fotografías se apartan del registro de las revistas de moda internacionales y de la fisiognomía de los programas prime time de la televisión por cable. A lo mejor ocuparán la atención de los noticieros locales o la prensa nacional sensacionalista. Sin embargo, las razones les serán otras y, muchas veces, ingratas.


El proyecto Barranquillita de Edwin Padilla, participa en un proceso de recuperación y preservación de la memoria colectiva e histórica de la ciudad de Barranquilla. Son los trabajos que pasan los habitantes en estos días. De tarde, cuando la jornada de trabajo acaba, especulan a qué será “(…) Cuando ya la fuerza del sol picante extinga su sudorosa quemazón” . Son ellos quienes dan vida a la zona del centro de la ciudad, quienes hacen ese lugar como ellos son hechos por el.

Una Barranquilla dentro de otra; donde la Barranquilla oficial en su curso de ciudad moderna obliga a cambios arquitectónicos y urbanísticos que afectarán la vida de quienes día a día hicieron ese lugar, Barranquillita, su lugar de existencia y subsistencia.

Si la fotografía debería exponer lo que no se ve, Barranquillita retrata la cotidianidad de una parte imprescindible e ignorada de la ciudad.
En el centro de la ciudad se unen el campo y la ciudad en un particular sincretismo caribeño. Juntos rompen con el hábito de ver dos mundos; el mundo en el que vivimos y el mundo en el que la publicidad nos dicen cómo vivimos.

Nos es un ejercicio obligado a los ciudadanos libres el ejercer la crítica en la compleja relación de la estética y la política. Analizarla en los medios de comunicación hegemónicos y, comparar sus signos a la experiencia sujetiva y colectiva procedente de variadas posiciones discursivas.

Barranquillita cortocircuita la atracción de los espectadores a los superreales magnetismos de la imagen. Intercepta tres líneas; una a medio camino del arte culto y el arte popular, y en la otra el documento termina en otra cosa. En retratos. De ese nudo hechizo centellean los ases coloridos de luz, radiantes en esos trabajos y estos días.

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